En el artículo anterior vimos lo que caracterizaba a los cristianos carnales que son nuevos en la fe, quienes aún se encuentran controlados por los deseos de su “cuerpo”. Ahora hablaremos de cristianos que han progresado en su crecimiento espiritual, pero que todavía están dominados por su alma. Es cuando el creyente continúa guiándose según su propio entendimiento. Veremos ejemplo de esto en las Escrituras, y de sus respectivas consecuencias. Como observamos en la parte inicial de esta serie, el alma es donde el hombre expresa su libre albedrío y ejerce su propio dominio.
Por consiguiente, la Biblia nos advierte que, si el creyente actúa según los deseos de su alma, en lugar de buscar cumplir con la voluntad de Dios, entonces el alma de esa persona peca (Miqueas 6:7; Ezequiel 18:4,20; Éxodo. 30:15; Levítico 17:11).
Tabla de Contenidos del Artículo
Mi Experiencia como Cristiano Carnal
Después de leer el libro de Watchman Nee, El Hombre Espiritual, me di cuenta que yo era mucho más carnal de lo que me imaginaba. Como creyente, pensaba que estaba cumpliendo con la voluntad de Dios y que era un cristiano espiritual. No obstante, me di cuenta que muchas de las decisiones que había tomado, a pesar de ser “buenas”, “morales” y “piadosas”, estaban siendo guiadas por mi propio entendimiento, es decir, habían surgido de mi alma, no de mi espíritu.
Imagine que usted trabaja en una tienda departamental, y al presentarse a trabajar, su jefe le da instrucciones específicas acerca de sus labores para ese día. Uno como empleado, debe obedecer al jefe y trabajar en el área en la que sea asignado. Usted no puede llegar y decir: “este día quiero trabajar utilizando el montacargas en la bodega”. Quizás usted sienta muchas ganas de utilizar el montacargas, pero si su jefe lo requiere en el área de devoluciones, atendiendo a clientes que se quejan de los productos, entonces debe ir a trabajar a esa área.
Su jefe conoce las necesidades del negocio, y establece prioridades para su correcta operación. Él determina que sus talentos son más útiles para la empresa si trabaja en esa área en particular en ese día. Desobedecer a su jefe, por satisfacer sus propios deseos, va a hacer que lo despidan de su trabajo.
De forma similar al trabajar en los campos del SEÑOR, necesitamos preguntarle en qué área desea que estemos trabajando ese día para Él, buscando siempre hacer Su voluntad de la mejor forma en la que podamos. No guiarnos por los deseos de nuestra alma, o lo que nosotros pensemos que sea una buena obra. Por eso, es crucial suprimir nuestra carne y entender cómo funciona nuestro espíritu, porque ahí recibimos esas instrucciones que provienen de Dios. Esto nos permite crecer espiritualmente, para permanecer vencedores hasta el final (Mateo 24:13).
Cristianos Carnales: Dominados por el Alma
Anteriormente mencionamos que la “carne” describe nuestra naturaleza pecaminosa, y que incluye no solo los deseos y obras del cuerpo, sino también los del alma. Según la Biblia, las obras de la “carne” son de dos tipos: Primero, las obras malas, injustas y pecaminosas que contaminan a la persona (Gálatas 5:19-21; Marcos 7:21-23; 1 Juan 2:15-16); y segundo, las “buenas obras” que no son guiadas por el espíritu. El alma de las personas puede tener las mejores intenciones, porque piensan que están haciendo cosas nobles y morales.
Sin embargo, si sus obras no están siendo guiadas por Dios, entonces están siguiendo sus propias ideas, dependiendo de su propio entendimiento, transgrediendo la ordenanza de Proverbios 3:5. Estas obras son justas solo ante sus propios ojos, pero en el fondo, están motivadas para la gloria propia, no son para la gloria de Dios y para Su reino.
“Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios”. — Romanos 8:5-8 (RVR-1960)
Tenemos el ejemplo de Caín, quien trajo al SEÑOR una ofrenda del fruto de la tierra (Génesis 4:3). Su “buena obra” fue guiada por los deseos de su alma, a Caín le pareció buena idea ofrecer una ofrenda de lo que a él le daba gloria y lo hacía sentirse bien, en lugar de sujetarse a la ley de Dios que dictaba el sacrificio de un cordero. Probablemente, fue el orgullo de su carne el que no le permitió pedirle un cordero del rebaño a su hermano Abel, para ofrecerlo en sacrificio. Al no seguir a su espíritu y así apegarse a la ley de Dios, hizo lo que fue desagradable ante los ojos del ETERNO.
“Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella… Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe y que recompensa a los que lo buscan”. — Hebreos 11:4, 6 (RVR-1995)
El Alma se Rebela ante la Ley de Dios
Hoy en día, muchos cristianos siguen la falsa doctrina del Dispensacionalismo, y rechazan las leyes del SEÑOR, por encontrarse en el Antiguo Testamento, y según ellos viven por gracia. Pero Pablo nos advierte de no usar esto como un pretexto para actuar en la carne (Gálatas 5:13). No se dan cuenta de que la justicia o rectitud propia no es justicia en absoluto; en realidad es injusticia. Porque por medio de la ley viene el conocimiento del pecado (Romanos 3:20, 7:7).
“Porque sabemos que la ley es espiritual; pero yo soy carnal, vendido a la sujeción del pecado”. — Romanos 7:14 (RVA-2015)
Una de las lecciones más difíciles que un cristiano carnal, dominado por el alma, debe sinceramente adoptar, está en Romanos 7:18a: “Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno”. La ley de Dios es espiritual, es nuestra guía para conducirnos a Cristo (Gálatas 3:24), obedecerla es lo que Pablo llama ocuparse del Espíritu para producir frutos espirituales, que separan al cristiano de las personas del mundo (Filipenses 1:11; Colosenses 1:10).
Sin embargo, los que rechazan la ley de Dios, solo pueden seguir los deseos carnales de su alma. Cuanto más trabaja la carne, más se aleja uno de Dios. El hombre puede idear muchas maneras de hacer el bien, para mejorar y progresar, pero si éstas tienen su origen es la carne, no van a ser del agrado del ETERNO (Romanos 8:8). Él busca que la fuente que nos motiva a hacer las cosas sea Él. Debemos ofrecer frutos del Espíritu, no frutos de nuestro propio entendimiento, como lo hizo Caín.
“Porque todavía son carnales. Pues en tanto que hay celos y contiendas entre ustedes, ¿no es cierto que son carnales y andan como humanos?”. — 1 Corintios 3:3 (RVA-2015)
El profeta Isaías nos muestra la alegría del SEÑOR en los creyentes que guardan la ley espiritual y andan en Sus caminos. Y también presenta un fuerte contraste, al hablar de quienes están dominados por el alma, cuyas obras son aparentemente buenas y justas, pero para el ETERNO, son equiparables a unos trapos sucios.
“Sales al encuentro del que con alegría hace justicia, de los que te recuerdan en sus caminos. He aquí, tú te airaste cuando pecamos. En esta situación hemos permanecido desde hace mucho tiempo, ¿y seremos salvos? Todos nosotros somos como cosa impura, y todas nuestras obras justas son como trapo de inmundicia”. — Isaías 64:5-6a (RVA-2015)
Uno de los pretextos de los cristianos carnales dominados por el alma, es que “nadie puede cumplir la ley”. Pero el Nuevo Testamento nos da el ejemplo de Zacarías y Elisabet, quienes cumplían con todos los mandamientos y preceptos del SEÑOR del Antiguo Testamento. El Espíritu Santo habitando en el creyente, es el Mismo quien habitó en nuestro Señor Jesucristo, y Él cumplió con toda la Ley de Dios. Es también el mismo Espíritu Santo quien le permite a los creyentes cumplir con toda la Ley del SEÑOR.
“Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, cierto sacerdote llamado Zacarías, del grupo de Abías, que tenía por mujer una de las hijas de Aarón que se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, y se conducían intachablemente en todos los mandamientos y preceptos del Señor”. — Lucas 1:5-6 (NBLA)
Creyentes Guiados por su Propio Entendimiento
Los creyentes dominados por el alma, ya saben que deben librarse de los pecados que contaminan al cuerpo (Romanos 7:19), y por ello, se esfuerzan por actuar con rectitud, anhelando poseer los frutos espirituales de Gálatas 5:22-23. Sin embargo, precisamente aquí radica un peligro insospechado: porque la carne no solo puede producir pecado, sino también puede realizar el bien, a través de pensamientos y acciones aparentemente muy nobles.
Por ejemplo, construir barcos parece algo muy noble, ¿cierto? Sin embargo, depende de las circunstancias y del motivo. En el caso del rey Josafat, este tipo de emprendimiento, para buscar oro en Ofir, fue causa de pecado, y el SEÑOR destruyó esos barcos, porque fueron fabricados en alianza con el maligno rey Ocozías (1 Reyes 22:48; 2 Crónicas 20:35-37).
“Después de esto, Josafat, rey de Judá, se alió con Ocozías, rey de Israel. Al hacer esto obró impíamente. Y se alió con él para hacer naves que fueran a Tarsis, y construyeron las naves en Ezión Geber. Entonces Eliezer, hijo de Dodava de Maresa, profetizó contra Josafat: «Por cuanto te has aliado con Ocozías, el SEÑOR ha destruido tus obras». Así que las naves fueron destruidas y no pudieron ir a Tarsis”. — 2 Crónicas 20:35-37 (NBLA)
El alma puesta en la carne es enemiga de Dios. La “carne” se opone al espíritu, no sólo pecando contra Dios, sino cuando hace del “yo” el centro de todo lo que hace, y eleva la voluntad propia por encima de la voluntad de Dios, incluso en el asunto de servirle y agradarle (Gálatas 5:16-17). Todo creyente necesita resistir las obras de su alma que no son hechas por fe ni para la gloria de Dios.
“Digo, pues: Anden en el Espíritu, y así jamás satisfarán los malos deseos de la carne. Porque la carne desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu lo que es contrario a la carne. Ambos se oponen mutuamente para que no hagan lo que quisieran”. — Gálatas 5:16-17 (RVA-2015)
Cuando murió el rey de los amonitas, su hijo Hanún subió al trono. Entonces el rey David lamentó la muerte de este rey quien lo había ayudado en el pasado. David pensó que sería buena idea enviarle consoladores a Hanún, lo hizo con buena intención. Sin embargo, no consultó al SEÑOR antes de enviar a sus embajadores. Esta acción podría parecer algo bueno y moral, y que demostraba su aprecio por el rey difunto, pero lamentablemente, esto desató una guerra. ¿Por qué? Porque los consejeros de Hanún le sugirieron que los embajadores de David no eran consoladores sino espías. Puede leer esta historia en 2 Samuel 10.
“Los jefes de los hijos de Amón dijeron a Hanún, su señor: “¿Te parece que David está honrando a tu padre, porque te ha enviado personas que te consuelen? ¿No te habrá enviado David a sus servidores para reconocer y espiar la ciudad a fin de destruirla?”. — 2 Samuel 10:3 (RVA 2015)
Por otro lado, tenemos el pasaje donde Josué, en su afán por conquistar la Tierra Prometida, de acuerdo con las órdenes del SEÑOR, organizó un ataque de acuerdo al entendimiento de su alma, sin consultar al Todopoderoso ni ser guiado por el Espíritu, antes de ir a invadir la pequeña ciudad de Hai. De haberlo hecho, hubiera sabido que esa campaña fracasaría a causa del pecado de Acán. Josué parecía estar haciendo lo correcto, conquistando la Tierra Prometida, según el mandato del SEÑOR, sin embargo, el pecado de Acán necesitaba ser resuelto antes de seguir con el trabajo de tomar posesión de la Tierra. Puede leer esta historia en Josué capítulos 7 y 8.
“El SEÑOR le respondió a Josué: «¿Por qué estás con el rostro en el suelo? ¡Levántate! Israel ha pecado. Ha quebrantado el pacto que Yo le ordené, y además ha tomado lo que le prohibí tomar. Han robado, han mentido, y han guardado entre sus pertenencias lo robado. Por eso los hijos de Israel no podrán vencer a sus enemigos. Es más, cuando se enfrenten a ellos, huirán; y es que han quedado bajo maldición”. — Josué 7:10-12a (RVC)
La confianza y la seguridad en uno mismo, como hemos dicho, son los rasgos más notables de las “buenas obras” de la carne. Mientras un creyente se crea fuerte, no dependerá de Dios. En nuestro artículo Las Bestias del Campo Infiltradas en la Iglesia, en la sección Alianzas con Incrédulos, hablamos acerca del rey Josafat.
Vimos varios ejemplos de este creyente, quien pensó que estaba realizando cosas buenas al ser guiado por el entendimiento de su alma en diversos asuntos, como la construcción de barcos. Esto lo llevó a invertir su tiempo y dinero ayudando a reyes malvados, en lugar de, enfocarse en realizar obras espirituales para el SEÑOR que eran necesarias: como destruir ídolos (2 Crónicas 17:6); organizar a los sacerdotes y a los dirigentes levíticos para que educaran al pueblo en las leyes del SEÑOR (2 Crónicas 17:7-9); también debía designar jueces para la administración de justicia (2 Crónicas 19:8-10); dirigir personalmente los actos de adoración del pueblo ante Dios (2 Crónicas 20:18-19).
“El reino de Josafat estuvo en paz, porque su Dios le dio tranquilidad por todas partes… Sin embargo, los lugares altos no fueron quitados, pues el pueblo no había vuelto aún su corazón al Dios de sus padres”. — 2 Crónicas 20:30, 33 (NBLA)
Vemos en las Escrituras las repercusiones que ocurren cuando los creyentes hacen cosas que no son prioritarias, o que están en contra de la voluntad de Dios. Tal vez, si el rey Josafat hubiera enseñado a su hijo, Joram, el siguiente rey, en los caminos de Dios, hubiera evitado que terminara haciendo lo malo ante los ojos del SEÑOR.
Debemos Clavar la Carne a la Cruz
Todo creyente necesita crucificar su carne, todos los deseos de su cuerpo y alma, sean buenos o malos. La carne debe ser destruida en su totalidad (Romanos 6:6-7). Actividades como leer la Biblia, orar, adorar, predicar, si no se realizan con un espíritu de completa sumisión en el Espíritu Santo, entonces, la carne es la fuente de esas obras.
“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado, porque, el que ha muerto ha sido justificado del pecado”. — Romanos 6:6-7 (RVR-1995)
Un creyente debe examinar continuamente sus pensamientos para evitar ofrecerle ningún terreno a la carne, nunca debe dejar de juzgarse a sí mismo; de lo contrario, caerá una vez más en las obras de la carne, esto incluye todo afecto, deseo, pensamiento, conocimiento, intención, adoración y obra de la carne, incluyendo a la sabiduría y la rectitud humanas (2 Corintios 1:12). Debe buscar caminar según el Espíritu Santo, agradar a Dios y vivir una vida genuinamente espiritual (Romanos 8:4).
“Para que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. — Romanos 8:4 (RVR-1995)
Se ha preguntado ¿Por qué los orgullosos fariseos, quienes servían a Dios con tanto celo, se convirtieron en esclavos del pecado? El peligro para los nuevos creyentes, es detenerse antes de dar muerte al poder de la carne cuando buscan hacer el bien. Cualquier obra buena que procede de la carne, gira en torno del “yo”, porque bajo esa circunstancia todo lo que la persona quiera, piense o actúe, lo está haciendo fuera de la voluntad de Dios.
Todo el bien que el creyente haga, debe proceder de su espíritu, al confiar que el Espíritu Santo lo guiará a través de indicaciones manifestadas en su intuición, o como respuesta a sus oraciones al tener comunión con el SEÑOR. De lo contrario estará actuando carnalmente, y esto ¿acaso no lo llevará a que, incluso sin querer, se atribuya toda la gloria a sí mismo? Por eso, estos esfuerzos humanos son una abominación ante los ojos del SEÑOR, porque no proceden del Espíritu de la vida de nuestro Señor Jesucristo. Tales acciones alejan a las personas del ETERNO (Filipenses 3:3).
“Los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne”. — Filipenses 3:3b (RVR-1995)
Puede que nos guste decir muchas cosas, pero si no las pronunciamos en el Espíritu Santo, es mejor no decir nada. Recuerde que, para predicar, el SEÑOR es quien nos envía, es la única manera (Romanos 10:14-15).
“Por tanto, ya sea que coman o beban, o que hagan otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios.” — 1 Corintios 10:31 (RVA 2015)
Si se da cuenta que ha actuado de forma carnal, debe confesar su pecado y recurrir a la purificación de carne y de espíritu por el poder de la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo (2 Corintios 7:1). Deje de poner su confianza en su carne, porque no puede agradar a Dios de esta forma. Más bien entregue todo lo que procede de la carne a la cruz de nuestro SEÑOR, y camine en el Espíritu.
“Por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. — 2 Corintios 7:1 (NBLA)
Si los creyentes mantuvieran la carne crucificada, Satanás no tendría ninguna oportunidad; porque la carne es donde Satanás opera, y es a través del cuerpo y del alma por donde puede hacerlos caer de regreso a la esclavitud del pecado. Por eso, si un cristiano todavía no puede negarse a sí mismo, negar su carne por completo ante Dios, entonces tampoco podrá negarla ante los hombres, y le será imposible vencer su orgullo, odio, temperamento y egoísmo.
En nuestro siguiente estudio, veremos cómo se comportan el alma y el espíritu en un cristiano espiritual, quien ha madurado en la fe, al internalizar la Palabra de Dios. Todos los pensamientos y acciones en su vida son para obedecer y agradar al SEÑOR. Hablaremos de por qué todo creyente vuelto a nacer debe aspirar a llegar a este punto como parte de su crecimiento espiritual.
[Jesús dice] “El Espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que Yo les he hablado son espíritu y son vida”. — Juan 6:63 (RVA-2015)
¡Que Dios los bendiga!